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En
algún rincón de nuestro corazón siempre quedan
recuerdos y sensaciones que jamás podrán ser reemplazados
por el avance estrepitoso de los tiempos que corren. Ya sé
que ahora tenemos la ventaja de poder escribir lo primero que
se nos venga a la mente, sabiendo que podemos borrarlo y corregirlo
con la sóla y simple acción de volver el cursor
de nuestra PC u ordenador hacia atrás, y volver a escribir
lo que se nos ocurra... y volver a borrarlo y corregirlo cuantas
veces queramos. Pero eso no alcanza ni alcanzará jamás
para borrar de nuestros recuerdos lo que jamás podrá
ser olvidado.
En un tiempo no tan lejano para los nostálgicos, existían
otros medios de escribir: la vieja máquina Remington (infaltable
en el escritorio de toda redacción), y otra (de tamaño
mucho mayor) que servía para componer el material que terminaría
siendo la edición matutina de muchos periódicos,
hasta no hace tantos años.
En esta vieja máquina que se ve en la foto, el linotipista
tenía la ardua tarea de copiar todo el material que los
redactores, cronistas y columnistas de todos los días dejábamos
en su mesa de trabajo. Esa vieja máquina linotipo (hoy
donada a un museo de la ciudad de Mercedes) |
sólo queda como testigo mudo y silencioso de una época
inolvidable para muchos de los que por entonces practicábamos
un periodismo más auténtico y sin tantos intereses
mezquinos que vinieron con el advenimiento y el progreso.
Este es, en definitiva, mi más
sentido homenaje a mi querido Diario "El Oeste", en
donde di mis primeros pasos en el maravilloso mundo de las letras.
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